sábado, 21 de junio de 2008

PHYTAGORAS


Nació el genio seis siglos antes de Cristo. Algunos lo llamaron brevemente «El Samio», otros, ya que era muy conocido por su sinceridad, le dieron al hijo de Menesarco el merecido nombre de Pytha-Goras, es decir, ‘el hombre que siempre dice la verdad’.

En Grecia estudió la teología, en Tebas, entre los afamados sacerdotes del faraón Amassis, profundizó los misteriosos de la migración de las almas y la ciencia de las cifras. En la India, los gymnosophistas le enseñaron lógica y pedagogía y en Persia, aprendió magia.

De la India, como una abeja, cargado de ciencias misteriosas llegó a la tierra de los crotonienses en el sur de Italia. Desde allí, como brillante símbolo de lux indeficiens, de la luz inextinguible, dio su perenne enseñanza al mundo entero.

Dícese que en teología su maestra fue la sacerdotisa Themistocla; ella le enseñó quizás que las habas significan nudos y éstos bisagras de las puertas del infierno; por esta razón ni él ni los sacerdotes romanos, ni los magistrados bizantinos, usaban nudo en el cíngulo, sino que los doblaron de la forma en que lo hacen todavía hoy con la faja los sacerdotes cristianos del Pontifex Maximus en el Monte Vaticano.

En la India lo convencieron de que los sacrificios debían ser inanimados, porque los animales como también su nombre lo indica, también tienen alma, y por ello deben ser sagrados, pero no sacrificados.

A este fin basta con ofrecer el pan, pero sin cortarlo, porque el pan entero une a los amigos, y el fraccionado, dispersa y significa el juicio eterno.

Pythagoras fue también jurista y civilizador. Dio el derecho público y civil a las ciudades de la Magna Grecia, y en Crotona puso en práctica el hierro —principio tebaniano. «Taton fidon koima, kai fidian isoteta», ‘la amistad es la perfecta igualdad, por eso pertenece a la comunidad’. Pero la igualdad pitagórica resultó ficticia y la Politeia crotoniana se hundió con su genial fundador, en su sangriento fracaso...

Él creó cifras sagradas, cuatro y diez, número regulador de nuestra vida, el número siete y la tesis triangular, que revolucionó la geometría antigua.

Como pedagogo fue el primero que insistió en la educación individual, según las necesidades psico-somáticas de cada alumno. Sus discípulos estudiaban por medio del silencio, por ello los llamaron hacoustikoi, es decir, oyentes, decoroso titulo, que tienen todavía hoy en algunos países europeos, los estudiantes universitarios.

A sus meditaciones o katascopias no podían cerrar los oídos ni las puertas, los tradicionalistas romanos. El mismo Cicerón admite que: «En nuestras instituciones ciertamente tenemos muchos elementos pitagóricos, pero más vale pasarlos en silencio, para que no parezca luego que hemos aprendido de otras partes lo que nosotros mismos hemos inventado».

La metempsicosis pitagórica nos enseña que él nunca murió. Su gigantesca alma en cada generación honra un nuevo cuerpo, y en la persona de un genio estará siempre con nosotros. Quizás, por ello nos advierte el epitafio enniano:

¡Nadie riegue con llanto mi sepulcro
Pues yo viviré siempre entre los
hombres, por lo menos en un
Eterno Recuerdo...!

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