sábado, 21 de junio de 2008

EL CIELO DE LOS ANTIGUOS


La luna es planeta, divino y celeste...
Plutarchos. Acerca del amor.

¡La luna está habitada!
Luciano, Ícaro Menipo. 7.

La muerte es la libertad del alma...
se desprende de la cárcel en que era retenida
y se renueva en el cielo.
L. A. Séneca, Epíst. 45 y 65.

...en el cielo, en la Luna donde nosotros pobres
reímos y los ricos lloran...
Luciano, La travesía 15.

¿Para quién hace su curso el Cielo?
L. A. Séneca, De benef. IV. 13.

...el alma del sabio es como la Luna,
¡siempre serena!
L. A. Séneca. EPIST. 59.

Según la enseñanza de la teología más antigua cada hombre en la tierra lleva consigo los imborrables signos de la trinidad humana, pues el cuerpo moldeado de la tierra, recibe su alma desde la luna uniéndose ésta luego con la mente, que llega a este fin directamente desde el Sol.

Pero, cuando el hombre termina su penitencia en la cárcel que se llama «La Vida», conquista de nuevo la libertad, que Séneca denominaba «El beneficio de la Muerte!»

Sostienen los antiguos que cuando el hombre muere, Demetrio Proserpina separa de la Trinidad humana el cuerpo, que vuelve a la tierra, pero el alma, unida todavía a la mente, se eleva con sus pecados y vicios al espacio que hay entre la tierra y la luna para comenzar allá su purificación, pues ese lugar es el primer purgatorio, que los antiguos conocían con el nombre de «Los Prados de Júpiter».

Dice Séneca en la Consolación: «¡Marcia! ¡No debes correr a la sepultura de tu hijo, porque allí encontrarás solamente la tierra! El alma que buscáis ya emprendió su vuelo; está sobre nuestras cabezas en las inmensas alturas en el purgatorio, donde permanecerá durante algún tiempo, para purificarse de las manchas que el alma arrastra consigo como un mal recuerdo, que pronto hará desaparecer el benigno olvido».

El alma con la mente, está aquí en el purgatorio de Empédocles, vagando entre la Tierra, la Luna, el mar y el Sol, y cuando tiene expiados sus peores pecados, se eleva aliviada hasta lo más alto de los cielos, que para los antiguos fue siempre la Luna con su doble cara, donde cada una tiene su propio destino.

La última morada de los antiguos estaba en la Luna, donde la Reina del Cielo, la Virgen Proserpina, con su túnica celeste aguardaba la llegada de las almas a la puerta del segundo purgatorio, que se hallaba en esa parte de la Luna, visible claramente desde la misma tierra.

Las almas que aquí entraban sufrían la segunda muerte, pues Proserpina les quitaba la mente, devolviéndola al Sol; y las almas «desmentadas» se transforman automáticamente en genios, que tenían que sufrir en esa parte de la Luna, el segundo y último purgatorio.

Cuando los genios, después de su purificación lunar quedaban blancos como la nieve, fueron conducidos a la otra parte de la Luna, que no puede verse jamás desde la Tierra, y, allí está el Cielo de los beatos y santos, el Paraíso que los antiguos llamaban «Campos Elíseos».

No todos los genios pueden entrar aquí, pues Proserpina revisaba las almas y solamente los más cándidos pueden tener la dicha, que tampoco era eterna. En el mismo Elíseo, las almas dichosas con aquella «nueva luz», eran sólo dueñas momentáneas de la eternidad; tienen sin límites los espacios y se entremezclan con las estrellas y los mundos, pero, llega también el momento en que el alma beata se confunde con la misma Luna, que antes y después de la vida, sirve de cuna de las almas.

Dicen los antiguos que el alma en la dicha infinita cuando se confunde su ser con el de la Luna, muere por tercera vez, y esta vez para el Cielo, pues el alma, saliendo de su madre lunar, desciende de nuevo y encontrándose en el camino con una mente que salió del Sol, llegan juntos a la tierra, donde penetran en un cuerpo tierno de un recién llegado y en la tierra se dice que nació un hombre, aunque en realidad, hubo solamente una reencarnación.

Dice Plutarchos que el Cielo recibe las almas, las divide, las purifica y a los beatos los devuelve a la tierra para que comiencen de nuevo una vida, sin la cual no existe la muerte y necesario es morir, para poder vivir.

La Reina del Cielo en la Luna era la Virgen Proserpina, que concibió su hijo de Dios, quien a su vez era su propio padre. Su iconografía la presenta con diferentes formas, entre las cuales no falta el cuadro de un pintor antiguo que la trazaba con Khiton celeste, apoyando sus pies sobre la media luna, evidente símbolo de celestial imperio.

La gente bien en Roma, como un memento religioso llevaba una media luna sobre su calzado expresando de esa manera que después de la muerte quisieran tener la Luna como morada perenne.

Cómo era el Cielo en la Luna, nadie lo sabía con seguridad. La religión romana, para eliminar cualquier clase de duda, se limitaba a «re-ligar», «ligando» a sus adictos a creer, porque para convencerse era necesario ver y poder volver.

Nos refiere Séneca que Claudio, el emperador, condenó a muerte a un distinguido Caballero Romano, Canio Julio. Éste, al escuchar la sentencia, le respondió:

—¡Te doy por ello las gracias, mi Príncipe!

Consideraba pues que la muerte es un beneficio. Al ver a sus amigos llorosos, les reprendió diciendo:

—¿Por qué las lágrimas? Vosotros investigáis si las almas son inmortales o no, y yo voy a saberlo ahora, pues siempre tuve la firme decisión de averiguar, qué es lo que siente el alma, cuando abandonando el cuerpo, se eleva al cielo!

Se despidió de sus amigos, prometiéndoles que una vez muerto, los visitaría sin falta para contarles todo lo que había visto en el cielo.

Ignoramos la causa, pero sabemos que Canio Julio no cumplió su promesa, pues no volvió para relatar sus experiencias en el cielo. Quizás muy pronto nos informarán acerca de esto los nuevos Ícaros, que están viajando ahora a la Augusta Eterna y Lucífera Luna, bendito Cielo de los pueblos antiguos.

1 comentario:

SiLvi dijo...

Hola Lucas Soy SiLvi Aranda.

Muy bueno tu BLOG muy completo.

Besitos, Adios!